27 de septiembre de 2009



I


-Tal vez en otro lugar del mundo podrían hacer un corte por encima de la frente y sacarle los gusanos del cerebro. Pero acá no. Acá no hay esperanzas.
El del guardapolvo casi blanco pronunciaba su discurso (yo pensaba: seguro aprobó con honores la cátedra de bioética), mientras los murciélagos hacían su danza nocturna dentro del taparrollos. La habitación estaba oscura, las luces del pasillo nunca se apagaban.
-Somos una cada setenta chiquito, hay que tener paciencia…
Pero las convulsiones no cesaban, ella se retorcía dando gemidos, esperando que llegue La hora.
Al rato venían. Una regordeta sostenía sus piernas, la otra demasiado flaca incrustaba el tubo plástico por la nariz y prendía la máquina aspiradora. El líquido verde fluía hasta el tanque: -Anda afuera, no mires esto, chiquito.
Pero era tarde para andar con precauciones, ya había cambiado muchos pañales sangrientos para asustarme de un líquido verde.
Fue la última noche.

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