17 de diciembre de 2009


Con cada paso
suena el manojo de llaves.
Lo lleva a un lado a la altura de la cintura,
atado a sus polleras siempre oscuras.

Camina por el pasillo, el patio, las terrazas
está hundida en la rutina de cerrar todas las puertas.
El manojo retumba opaco, oxidado.

Cerraduras, estabilidad, cautiverio.
Pies que van ágiles por las galerías
para que todo esté bien cerrado, hueca su voz.

Los callos hacen de su mano derecha un desparpajo
su cara joven está teñida de ruina.

Camina sucia y casi se arrastra para trabar las puertas.
Murmura lamentos en seco.

Manchada con un ojo de cuervo moribundo que le desencaja,
se mueve como un roedor con su manojo inútil.

La ira la sacude y marea su derrota predestinada.

El manojo es un cadáver sin luto,
la personificación del fracaso.

Sigue rápida y destruida los mismos tramos
coloca la llave y le da dos vueltas.
Quiere dejar cosas afuera y no puede.
Su vida se resume en el manojo.

2 comentarios:

Andrés Wainstein dijo...

Generoso, Rocher. Resplandece como un cristal.

Matías dijo...

Hola Sr W, me alegra verlo bien. Abrazo gran