31 de marzo de 2010

Viaje al fin del eufemismo


El protagonista de Ocio, de Fabián Casas, entra en una librería por la avenida Corrientes y roba un libro al azar. Se llama Andrés, permanece más de un día tirado en la cama, escuchando Abbey Road, y no sale hasta terminar Viaje al fin de la noche (el ejemplar que hizo en el hecho), de Louis Ferdinand Céline.
Y así llegué a Celine. Y también por Bruno, el profesor pederasta de Las partículas elementales, que entre las lecturas que practica incluye a Viaje. Y quizá por el repaso de algún Beat como Kerouac o Burroughs, que lo supieron mencionar.
¿Qué tiene Viaje al fin de la noche que lo hace especial? Contando con que su fecha de publicación fue 1932 –época de convulsionada para Francia-, quizá se puede dar su esencia en una palabra: Ruptura. De lenguaje, temática y estética.
Celine vomita, defeca, escupe y después da forma a sus deposiciones con una pluma cargada de lirismo. A su vez, se quita el traje moral y le lanza al mundo un texto sin escrúpulos, donde el motor de los personajes es el egoísmo y la falta de esperanzas el engranaje.

Lo mejor que puedes hacer, verdad, cuando estás en este mundo, es salir de él. Loco o no, con miedo o sin él.

Ferdinand Bardamu es un joven estudiante de medicina que un día ve pasar una marcha militar y decide enlistarse en el ejército francés para luchar en la guerra. Así como se inscribe, al tiempo comienza a pensar en desertar, y lo persigue el deseo de que sus compañeros de batallón mueran así puede comer más.
Después llega a África, donde trabaja en una compañía en medio de la selva que esclaviza nativos para trabajar. En esta parte del libro el narrador resulta en pasajes cómico (La introducción del hielo en las colonias, está demostrado, había sido la señal de la desvirilización del colonizador), y en otros sinceramente racista:

La negritud hiende a miseria, a vanidades interminables, a resignaciones inmundas igual que los pobres de nuestro hemisferio, en una palabra, pero con más hijos aún y menos ropa sucia y vino tinto.

Las vueltas de Bardamu son incontables y, desde luego, contarlas sería aburrido, ya que el efecto aparece en su carácter de a ratos prepotente a pesar de estar hundido en la miseria y las desgracias. Pero resumiendo, se puede mencionar su paso por Nueva York persiguiendo a una prostituta de la que estaba enamorado -En una palabra, siempre hay cosas que descubrir en una vagina para todas las edades -, varias clínicas mentales y algunos pueblos de Francia donde trabajó como médico rural.

Lamento otra vez las traducciones de Edhasa, una buena editorial, pero que ya me había presentado a un Henry Miller ilegible (al menos para mí). Admito, meterse con determinados autores no es empresa fácil, pero en este caso el problema no estuvo en la construcción sintáctica de la versión, sino en la elección de palabras. Paripé por simulación. Canguelo por miedo. (Y ciribicundia, gusa, ¿qué significan?) En fin, para leer correctamente, deberíamos saber todos los idiomas. No voy a bajar los brazos. Y usted tampoco, lector. Pensemos en Bardamu:

Ánimo, Ferdinand –me repetía a mí mismo, para alentarme-, a fuerza de verte echado en la calle en todas partes, seguro que acabarás descubriendo lo que da tanto miedo a todos, a todos esos cabrones, y que debe de encontrarse al fin de la noche. ¡Por eso no van ellos hasta el fin de la noche!

1 comentario:

mm dijo...

apagué la música que estaba escuchando, radiohead. me gusta leerte amigo, buena descripción.

espero más autores
más libros
más letras

abrazo
en Lima llovizna